Entrada para el Concurso de Relatos de Disney
Enviado por Yamila Rambaldi
Argentina
No recuerdo cuando empezó mi fanatismo por Disney, es algo que siempre fue parte de mí. Donde quiera que mires en mi casa hay muñecos, dibujos, pósters, portarretratos, revistas, películas y muchas cosas más. Simplemente me alegran.
“La primera película que te compré —cuenta mi papá —fue Pinocho. La mirabas todas las noches sin falta. Cuando te leía las revistas Disneylandia, Tío Rico, Variedades y Tribilín te cambiaba algunas palabras por otras más sencillas para que entendieras, pero si te las volvía a leer y me olvidaba de cambiar alguna palabra enseguida me corregías. Te las sabías de memoria”. Y todas las historietas empezaban con “Walt Disney presenta a Pato Donald en…”.
A fines de 1994 y principios de 1995, cuando tenía 2 años, en Buenos Aires se llevó a cabo el Disney Animation Festival en la Rural. En ese enorme predio se habían hecho sectores dedicados a diferentes películas como los 101 Dálmatas, El Rey León, La Bella y la Bestia, Aladino y La Sirenita. También había shows y todas las noches pasaban una película. Me llevaron como cuatro o cinco veces y pese a que pasaron los años jamás lo olvidé. De hecho, me gustó tanto que no quise que cayera en el olvido, por lo que hice una página en Facebook con ese nombre y edité yo misma los videos para subirlos.
Pasaron los años y mi amor por Disney crecía. Cantaba todas las canciones y me sabía todos los diálogos de las películas. Antes de que empezaran había publicidades de Disney World y ahí empezó mi sueño: poder ir.
Cuando tenía 9 años, una mañana mi papá me dice: “¡Mirá Yami! ¡Tienes una carta!”. No tenía ni idea de qué podía ser. La abrí: “Srta. Yamila Rambaldi: Mediante la presente informamos a Ud. La confirmación de sus reservaciones del vuelo BUENOS AIRES-ATLANTA-ORLANDO con salida el 29/09/2001 a las 21.30 horas de Delta Airlines desde el Aeropuerto Ezeiza”. Miré a mi papá sin poder creerlo. “Se equivocaron” dije. “No, mira Yami, tiene tu nombre.” No me acuerdo que dije o hice a continuación, solo recuerdo que me invadió una sensación de felicidad absoluta. Los días siguientes no pude dormir pensando en el viaje.
El primer día fuimos a EPCOT, pero creo que no caí en la cuenta de estar ahí hasta que entre a Magic Kingdom y allí, al final de Main Street, estaba el castillo de Cenicienta, ese que tantas veces había visto en la película y en las publicidades. Me sentía flotar. Todo era un sueño y yo era, por esos días, una princesa…
El regreso fue duro, volví abrazada a un Woody que compramos en el Aeropuerto de Orlando y que, se suponía, iba a ser para una prima. Por supuesto, jamás llegó a sus manos. Después de acompañarme en el viaje de vuelta jamás se separó de mí y ahora yace apoyado en el respaldo de mi cama con Jessie muy cómoda a su lado.
Pasó el tiempo y siempre soñé con volver. Pero mientras el tiempo pasaba leí todo lo que podía sobre los parques, dibujé el hotel en donde nos habíamos quedado y seguí disfrutando siempre de las películas. Para mí, cada personaje es mi amigo, sufro con ellos cuando están tristes y soy feliz cuando ellos son felices. Y en cuanto a Walt Disney, el hombre que hizo todo esto posible, creo que fue un hombre extraordinario, alguien que ponía todo su empeño en algo hasta conseguirlo y que arriesgaba todo por lo que creía. Me sentiría muy feliz si pudiera aunque sea tener un poquito de ese coraje, de esa fuerza.
En el 2008, como regalo de 15 mis papás me regalaron el viaje a Disney World. Sabían que la fiesta no era una opción para mí. Esa vez, cuando me paré frente al castillo lloré de felicidad, lloré porque sabía el esfuerzo que habían hecho para que pudiéramos volver a estar ahí y sabía que mi sueño y el de mi papá, que con las películas y las historietas me abrió las puertas a este mundo ideal, volvía a cumplirse.
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